INDIGNACIÓN Y DESAMPARO: EL CRUDO RESCATE DE UNA JOVEN EN LA CORDILLERA EXPONE UNA VEZ MÁS LA NEGLIGENCIA DEL GOBIERNO DE CATAMARCA

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Regionales25/06/2025
Rescate en La Mesada - 02

Una vez más, la geografía inhóspita de nuestra provincia y la voluntad férrea de los rescatistas volvieron a ser protagonistas donde, lamentablemente, el Estado provincial volvió a estar ausente. Una joven de 27 años, oriunda del paraje “La Mesadita”, ubicado en plena Cordillera de San Buenaventura, al norte de Mesada de Zárate, en el distrito de Fiambalá, debió ser rescatada de manera precaria y con enormes esfuerzos humanos, ante una emergencia de salud que pudo haber terminado en tragedia.

La historia a la que accedió Multimedios Abaucán comenzó ayer alrededor de las 13:00 horas, cuando familiares de la joven enferma llegaron al hospital “Dr. Luis Agote” de Fiambalá, para pedir ayuda desesperadamente. Gracias a la rápida respuesta del equipo de Defensa Civil Municipal, Bomberos Voluntarios de Fiambalá y una enfermera de la localidad de Palo Blanco, se organizó una comitiva de rescate que emprendió viaje hacia el lugar. Lo que siguió fue una verdadera odisea.

Durante más de cuatro horas atravesaron terrenos imposibles, entre caminos de montaña y lechos de río, hasta llegar al paraje “La Coipa”. Allí, se encontraron con los familiares que, sin más opción, traían a la joven a peso, sobre una camilla improvisada hecha con lo que había a mano. En pleno siglo XXI, en una provincia que se jacta de obras faraónicas y promesas de modernización, una mujer debió ser cargada a pulso entre cerros por falta de infraestructura adecuada. Así de crudo y real.

El equipo médico aplicó los protocolos de primeros auxilios y logró estabilizarla, pero el drama estaba lejos de terminar. A las 17:45 horas emprendieron el difícil regreso, nuevamente sorteando obstáculos naturales, hasta llegar a la localidad de Palo Blanco y finalmente al hospital de Fiambalá, donde quedó internada para una mejor atención.

Todo este operativo, que incluyó a valientes miembros de Defensa Civil de la Municipalidad de Fiambalá, Bomberos Voluntarios y personal de salud, se realizó bajo un frío extremo y en medio de condiciones que sólo se podrían esperar en tiempos pasados. Pero no, esto sucedió hoy. Y pone sobre la mesa una vez más la gran deuda que el Gobierno de Catamarca mantiene con su gente, especialmente con quienes habitan las zonas altas, alejadas, olvidadas.

Es inadmisible que Catamarca, con vastas regiones montañosas y cientos de familias viviendo en zonas remotas, no cuente aún con un helicóptero de rescate preparado para este tipo de emergencias. En cada caso como este, el tiempo es vida. No se trata de una comodidad, se trata de salvar a personas que podrían morir esperando. No es la primera vez que ocurre y, lamentablemente, mientras las autoridades sigan mirando hacia otro lado, no será la última.

Lo más indignante es que mientras se exhibe con orgullo un avión sanitario –cuyo uso muchas veces dista del servicio médico que debería prestar–, miles de catamarqueños continúan sufriendo la inacción de funcionarios que gobiernan desde escritorios climatizados, sin jamás pisar el barro o la piedra que pisan los rescatistas. Funcionarios que ignoran el drama humano que se vive en los cerros, y que parecen estar más interesados en las estadísticas que en las personas.

Hoy, la vida de esta joven no se perdió gracias al compromiso de servidores públicos que lo dieron todo, literalmente, con el cuerpo y alma. Pero la pregunta que retumba es clara: ¿qué pasará la próxima vez? ¿Cuántas vidas más deben arriesgarse –o perderse– para que el Gobierno de Catamarca entienda que no se puede seguir improvisando ante emergencias? ¿Hasta cuándo el abandono?

Cada rescate sin recursos, cada traslado a hombros, cada camilla de ramas, es una prueba vergonzosa de lo poco que se ha hecho por los más vulnerables. Y eso no se tapa con discursos, ni con promesas de campaña. Se tapa con acción. Con inversión. Con respeto por la vida humana.

La historia de esta joven podría haber sido una tragedia. Hoy es un grito desesperado de una comunidad que exige respuestas, soluciones reales y presencia efectiva del Estado. Porque vivir en las montañas no debería ser sinónimo de condena. Porque merecemos algo mejor. Porque ya basta de mirar para otro lado.

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